páginas para consultar
https://www.genbeta.com/actualidad/entras-a-google-fotos-te-encuentras-tus-fotos-antiguas-corruptas-esto-que-esta-pasando-a-muchos-usuarios
https://support.google.com/photos/thread/180787712?hl=en&msgid=180823516
Hace unos meses escuché una columna en un podcast que contaba sobre un extraño hecho acontecido con la nube de almacenamiento de Google Photos. Sin razones claras, o al menos nunca explicadas a la comunidad, el registro de algunas fotografías presentaba fallas. Completo la información con una nota que encontré en internet, por ahora no me detengo en ello. Lo que me cautivó más allá del hecho puntual en sí, fue entender que el reservorio de imágenes en la nube es algo frágil. Tengo la sensación de que todavía no pensamos mucho la condición endeble de nuestras memorias.
A algunos nos preocupa sí, y con urgencia, cómo día a día se pierden o deterioran películas en fílmico o vhs, negativos expuestos a condiciones inaudecuadas, fotografias con humedad perdidas en algún ropero o encontradas en la calle. Pero del archivo digital, más allá de algún backup en un disco externo, siento que aún no nos ocupamos tanto. Solo nos damos cuenta que ese registro audiovisual "ocupa un lugar" cuando google o nuestros teléfonos celulares nos avisan que se está acabando el espacio de almacenamiento.
Dejo de generalizar y hablo por mi: la nube me transmite la sensación de que todo lo que filmo o fotografío estará siempre a salvo. Solo tengo que asegurarme que la sincronización esté activada y que el plan de google todavía me alcance.
Empiezo a buscar información sobre la fragilidad de las imágenes digitales. No encuentro mucho pero me queda esto: Para que una imagen se rompa solo basta que un número se pierda.
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Extraigo de internet:
Considera un archivo JPEG, uno de los formatos de imagen más comunes. Si el encabezado del archivo JPEG se corrompe, el software que intenta abrir la imagen puede no ser capaz de entender la estructura del archivo, resultando en un error y la incapacidad de mostrar la imagen. Incluso si solo una pequeña parte de los datos de la imagen se corrompe, puede causar distorsiones visibles o la pérdida de bloques completos de la imagen.
Las fotografías analógicas no tienen esta misma vulnerabilidad a nivel de datos. Aunque pueden degradarse físicamente (desvanecerse, rasgarse, etc.), no dependen de una estructura de datos compleja que pueda volverse ilegible con la corrupción de unos pocos bits. En cambio, su degradación tiende a ser más gradual y localizada.
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Con 34 años, el archivo de mi vida tomó muchísimas formas: analógico primero, hasta la pre-adolescencia, digital primitivo en la adolescencia (recuerdo la primera cámara digital que compró mi papá, era muy pequeñita y sacaba hasta 26 fotos, que no se veían hasta descargarlas a la computadora). Las cámaras y los celulares fueron refinando la captura digital desde ese entonces. Archivos cada vez más nítidos y más pesados.
Los primeros archivos digitales de mi vida los fui perdiendo a todos. No había nube y los discos de las computadoras familiares eventualmente se rompían. Con suerte alguna foto quedó guardada en un cd, que en este momento no podría abrir porque ninguno de mis dispositivos tiene lectora.
Doy por perdida mi adolescencia digital y conversando con amigos sé que no soy la única. Fotolog, metroflog, terra, myspace, páginas que guardaban fotos fueron desapareciendo también.
Luego vino facebook como la primera nube que todavía sobrevive.
Hay momentos del año en que filmo mucho con mi celular, registro casero y cotidiano. Empecé a ser más consciente del lugar que mis videos ocupan y a preguntarme cuánto perdura la vida filmada o fotografiada de mi, de nosotros.
Alcanzarán las máquinas para conservar un poco de todos?
una analógica chistosa de mi infancia porque la cámara tenía un error de paralaje
de esta cámara no conservo ninguna foto ni siquiera
en mi recuerdo.
Le pedí a chatgpt que me ayude a explicarle qué es la *nube de almacenamiento* a un extraterrestre.
Me dijo esto:
Imagina que en nuestro planeta, la nube es como un gran depósito de información flotando en el espacio, similar a una galaxia llena de estrellas. En este depósito, los habitantes de la Tierra almacenan sus recuerdos en forma de fotos y vídeos.
Cuando alguien captura una imagen o graba un video usando un dispositivo tecnológico, como una cámara o un teléfono inteligente, esa información se envía a la nube. Es como si la información viajara a través del universo hasta llegar a esta inmensa nube.
Desde allí, las personas pueden acceder a sus recuerdos desde cualquier lugar del mundo usando sus dispositivos tecnológicos, gracias a la magia de la tecnología y la conexión a internet.
Entonces, para un extraterrestre, la nube sería como un inmenso archivo cósmico donde los seres humanos guardan sus experiencias visuales para recordarlas y compartirlas.
los centros de almacenamiento
la nube
(me gustaría inventar ficciones con todo esto)
cosas que me interesan:
- el calor de los centros de almacenamiento
- el agua utilizada para refrigerar
- el agua garantiza que nuestras memorias duren
- la confianza en las nubes
- los planes de pago del almacenamiento
- quienes podrán conservarse?
- los comentarios desesperados en los foros de google photos
- el lugar que ocupan las memorias
- lo intangible del recuerdo digital
- los recuerdos en la arcilla
- la insistencia por la conservación
- las memorias del agua
- unas ardillas se comen internet
NOTAS DE TUBES
La imagen preferida para referirse a Internet es una especie de sistema solar electrónico, nebuloso, una «nube» cósmica.
En efecto, pensar en Internet como en algo físico está tan pasado de moda que tendemos a verlo más como una extensión de nuestra propia mente que como una máquina.
«Casi sin darnos cuenta, hemos derivado importantes funciones cerebrales periféricas al silicio que nos rodea»
No me importaría tanto derivar mi vida a unas máquinas si supiera, al menos, dónde se encuentran, quién las controla y quién las ha puesto ahí.
Kevin Kelly, el filósofo de Silicon Valley, expuesto a ese abismo entre el aquí físico y el allá virtual desaparecido, sintió la curiosidad de saber si podría existir un modo de volver a pensarlos juntos[6]. A través de su blog, pidió a la gente que le enviara dibujos hechos a mano de «los mapas que tiene la gente en la cabeza cuando accede a Internet». El objetivo de ese «proyecto cartográfico de Internet», como lo describió, era crear una «cartografía popular» que pudiera «resultar útil a algún semiólogo o antropólogo». Y sí, claro está, uno se materializó en el éter dos días después. Una psicóloga y profesora de medios de comunicación de la Universidad de Buenos Aires, llamada Mara Vanina Osés[7], se dedicó a analizar más de cincuenta de los dibujos que Kelly había recogido para crear unataxonomía de las distintas maneras en que la gente imaginaba Internet.
La realidad física de la red es menos que real: es irrelevante.
La totalidad única es una ilusión. Internet cuenta con intersecciones y superautopistas, con grandes monumentos y pacíficas capillas. Nuestra experiencia cotidiana de Internet oscurece esa geografía, aplastándola y acelerándola hasta volverla irreconocible. Para contrarrestar ese efecto, y para ver Internet como un lugar físico y coherente en sí mismo, he tenido que modificar mi imagen convencional del mundo.
Las fotografías de Internet eran siempre primeros planos. No había contexto, entorno, historia. Los lugares parecían intercambiables.
Cuando viajamos, fijamos el significado de un lugar en nuestra mente. Es a los ojos del peregrino que un lugar sagrado se vuelve el más sagrado. Y, con su presencia en el lugar, afirma no sólo la importancia del lugar, sino la suya propia.
Un centro de datos no contiene sólo los discos duros que, a su vez, contienen nuestra información. Nuestros datos se han convertido en un espejo de nuestras identidades, en la encarnación física de nuestros hechos y sentimientos más personales. Un centro de datos es un almacén del alma digital. Me gustaba la idea de que los centros de datos estuvieran apartados, en montañas, como hechiceros, o tal vez cabezas nucleares. El símil con Katmandú también encajaba en otro sentido: yo iba en busca de iluminación, en busca de un nuevo sentido de mi yo digital.
Antes guardábamos nuestros datos en escritorios (reales), pero a medida que hemos renunciado a ese control local a favor de profesionales lejanos, el «disco duro» —ese descriptor que es el más tangible de todos— se ha transformado en una «nube», la palabra comodín que se usa para cualquier dato o servicio que se mantiene «por ahí afuera», en algún lugar de Internet.
Un centro de datos había empezado siendo un clóset, pero ahora se parecía más a un pueblo.
Young abrió una puerta de acero y me recibió el rugido de la ventilación y el conocido olor a electricidad de los equipos de interredes.
«La primera regla de los centros de datos es que no hay que hablar de los centros de datos»
En el mundo de los centros de datos se ha desarrollado una cultura del secretismo, y existen empresas que protegen con uñas y dientes tanto el alcance de sus operaciones como las particularidades de las máquinas que alojan en su interior.
«Mire el espejo. Por favor, acérquese más». Chasquido. «Escaneo ocular completado. Gracias». Los visitantes de Google soltaron unas risitas simultáneas. Después el guardia pronunció una advertencia: asegúrense de proceder al escaneo al entrar y al salir del centro de datos, porque si la computadora cree que todavía se encuentran en las instalaciones del centro de datos, no les permitirá entrar de nuevo.
Ese problema no iba a tenerlo yo, porque —tal como sospechaba Young— no sólo no llegaría a ver el suelo del centro de datos, sino que no entraría en ningún edificio, salvo el del comedor.
Funes el memorioso ---> William James
notas de marina otero:
En el 2023 se registró el mayor número de creación de centros de almacenamiento de datos.
La promesa de las posibilidades infinitas, donde todo es posible. Una falsa sensación de permanencia.
Centros de datos como cámaras acorazadas en lugar de bibliotecas públicas.
La nube no flota sobre el suelo, sino está construida en las profundidades de la tierra.
¿Estamos dispuestos a eliminar nuestros datos?
Práctica de duelo colectivo. El duelo como práctica del recuerdo.
"Todos los días navegamos por los restos de nuestras cenizas, incapaces de borrar definitivamente o consumar el duelo."
Una necesidad y una imposibilidad de deshacerse de la información digital.
¿Quién se beneficia de esa acumulación?
Igual que lloramos objetos y personas, desprendernos de los datos. Como colectivo, todxs.
El dejar ir es una manera de recuerdo, no de olvido.
¿Estamos listos para dejar ir?
delete: the virtue of forgetting in the digital age
por Viktor Mayer-Schönberger
el recuerdo y el olvido
ecología de datos
de imágenes
de videos
hay bellleza en el pixel
captura de: Cueva de los sueños olvidados
2010, Werner Herzog
Asistimos a la destrucción del recuerdo personal. O mejor, a la sustitución de la memoria propia por una cadena de secuencias y de recuerdos extraños.
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ideas sueltas
solomon shereshevsky
Mayer-Schönberger argumenta que la tecnología digital ha transformado la forma en que almacenamos y recordamos información. Antes, la memoria humana era selectiva y tendía a olvidar con el tiempo, pero ahora, gracias a la capacidad de almacenamiento casi ilimitada y la facilidad de acceso a la información, nuestra memoria se ha vuelto casi permanente.
La persistencia de la memoria digital tiene implicaciones profundas para la privacidad, la libertad individual y la forma en que nos relacionamos con los demás. La incapacidad de olvidar puede llevar a consecuencias imprevistas, como el juicio y la discriminación basados en el pasado digital de una persona.
Sugiere la necesidad de una nueva ética y regulación en la era digital, que equilibre la preservación de la memoria con el derecho al olvido. Propone que tanto las políticas públicas como las tecnologías deben adaptarse para proteger a los individuos de las consecuencias no deseadas de la memoria permanente.
memoria humana ➜ memoria digital
Su mente era como una biblioteca interminable, donde cada libro, cada página y cada palabra estaban siempre a la vista, nunca olvidados. En su mente no había lugar para el olvido, y eso, lejos de ser un don, se convirtió en una carga. Las imágenes, los sonidos, los olores se amontonaban en su mente, mezclándose de formas que le dificultaban concentrarse en lo que tenía delante. Su memoria perfecta le impedía distinguir lo importante de lo irrelevante.
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la voz del agua
"Brilla el alba rosada"
En un mundo donde la memoria se escurre como agua entre los dedos, dos amigas se encuentran a través de la distancia en un intercambio epistolar que explora el pasado, el olvido, y los misterios de la naturaleza. Clara, una arqueóloga nómada que trabaja en el noroeste argentino, dedica sus días a desenterrar instrumentos antiguos y a descifrar la música que los pueblos precolombinos dejaron atrás. Irene, ingeniera en un imponente data center en Oregón, navega entre los servidores que almacenan el futuro digital de la humanidad, mientras se cuestiona el costo ecológico y humano de preservar recuerdos en la nube.
A través de sus cartas, Clara e Irene se sumergen en reflexiones profundas sobre la memoria, el tiempo, y el impacto de sus trabajos en el mundo que habitan. Mientras Clara lucha por entender los secretos que el agua y la tierra esconden bajo siglos de historia, Irene observa cómo el agua, vital para mantener los data centers funcionando, se convierte en un símbolo de los sacrificios invisibles que hacemos por la permanencia.
A medida que sus historias se entrelazan, ambas mujeres deberán confrontar la fragilidad de la memoria, tanto humana como digital, y descubrir que, a veces, es en el olvido donde reside la verdadera libertad.
Los vecinos de la subdivisión de Great Oak, cerca de un centro de datos de Amazon Web Services en Manassas, se quejan del fuerte ruido constante que genera la instalación. Aunque se han construido cercas, el zumbido persistente, típico de los centros de datos, sigue siendo un problema. Según expertos como Braxton Boren, profesor de tecnología de audio, los sonidos de baja frecuencia producidos por estos centros son difíciles de bloquear y, aunque no siempre son lo suficientemente fuertes como para dañar la audición, pueden causar estrés, ansiedad y otros problemas de salud. debido a la exposición continua.
El ruido, aunque a veces no se nota conscientemente, sigue siendo registrado por el cerebro, lo que afecta a los residentes. Esto ha generado frustración en la comunidad, que considera que estos centros se están construyendo demasiado cerca de áreas residenciales sin una adecuada consideración de los impactos.
Los SAI empezaron a pitar como grillos
Trabajé en centros de datos durante mucho tiempo, ese sonido está grabado en mi alma.
No tenía idea de que el sonido de un centro de datos apagándose sería tan aterrador.
Computadoras: WTF HERMANO NOS ESTAMOS MURIENDO... ¡¡¡AYUDA!!!
El grito de los bits
¿Por qué las computadoras empezaron a llorar?